miércoles, 22 de julio de 2009

Deshechos de un reloj humano




Una mañana más que no puedo despertar a las 4 a.m. mi hora predilecta para meditar escribiendo. A esas horas, si los astros son propicios, me es posible percibir vibraciones esféricas que apenas se dejan sentir como una tenue telaraña astral que traza un pentagrama por donde madrugadoras valquirias descienden para enloquecerme. Pero ya es medio día y un escalofriante retortijón provocado por la sustancia desparacitadora que mi madre puso a hurtadillas en mi jugo mañanero de ayer, me estalla por dentro y siento que tal vez ha llegado el tiempo de morir. Corro al baño aún somnoliento. En el doloroso y oprimido trayecto tengo a bien coger sobre la hora un libro de Efraín Bartolomé para pasar un bello momento fecal. Sus versos son musicalmente inteligentes como para provocarme el delirio y no pensar en el acto de obrar como una renovación, el cierre del ciclo alimenticio, o un fin hacia otro comienzo. Ociosa e inevitablemente tengo la manía de echar un vistazo al cuerpo de mis heces para buscarles una posibilidad estética, o bien para ver si no hay alguna señal de que me esté desangrando por dentro. Antes de hacerlo pienso que tal vez encuentre lombrices vivas que se han comido los restos de mi nacionalismo y mi ser social, y que quieran salirse para integrase a la vida de este país en ruinas turísticas (tómese literal). No, los parásitos se camuflajean, están envueltos en la cagazón. Están muertos por la afortunada sustancia que mi madre me ha dado. Ella siempre buscando lo mejor para mí. Si el olor no fuera mío y si no tuviera este libro en las manos, no soportaría tanta toxicidad. Sin embargo, en la última capa del olor encuentro un acidulzado manto debajo de toda la putridez. Cagar no es un arte, aunque también sea una necesidad. Aún así hay demasiada caca en las librerías, en los portales de internet, en los museos, en la televisión, ni qué decir en la política que como un pedazo de mierda no me dicen nada, y sólo me queda pensar que el que lo hace así tal vez es para obtener un evidente pestífero fin. No sé por qué razón la señal de mi imaginación se ve interrumpida. Veo gente conocida que sólo anda tras el dinero y la fama. Inflamación del ego. Gente que limosnea un ascenso en los estratos sociales. Bien dice el dicho “de tu arte a mi arte prefiero mi arte (y luego sur arte ¡ja!)”. ¿Y qué pasa con los que, presos y condenados a muerte, sólo han tenido su propia mierda como tinta para escribir en paredes enmohecidas? ¿Acaso no es ese un verdadero acto natural de expresión artística? ¿Y la fe a Dios y todas esas vacilaciones en las que nos instruyen desde niños, acaso no es esa una gran surrada? Vuelvo a los finos versos de Efraín que encuentro como bálsamo contra las hemorroides de la puerilidad cotidiana y la hediondez humana. Leo y me desangro y gozo por dentro. Imagino qué pasaría si yo fuera un árbol y al bailar una larga danza de viento cayeran manzanas o inesperados y extraños frutos. ¿Qué pasaría si ya están podridos? A veces un fruto lastimado se confunde con uno pútrido. Me doy cuenta que muchos ennegrecidos están ya mordidos. Por fortuna en la imagen producida primero encontré carnosas manzanas listas para devorarse y todas esas guanábanas jugosas que Bartolomé me ha regalado. Tengo hambre. Se han liberado satisfactoriamente ciertos demonios. Me limpio el culo a dolorosa pero higiénica profundidad, casi hasta dejarlo calvo. Ha llegado el momento de continuar el ciclo de mi existencia. Salgo del baño con nuevos bríos. Rocío desodorante. No sé si lo que he escrito es pura cagada. Pero sí soy 2 kg menos burdo. No sé nada, pero ya me siento mejor. Me lavo y desinfecto las manos. Abro la puerta y percibo el aire que se entreteje en coloridas partículas que apenas se difuminan y caen flotando como caracoles solitarios hacía ninguna parte. Hoy buscaré imágenes que se dibujen mañana en mi memoria ¿Acaso los humanos somos nuestro propio tiempo?

1 comentario:

Anónimo dijo...

"un bello momento fecal"

En Japón un hombre acaba de publicar un libro sobre un rollo de papel higiénico, la historia se desarrolla entre las cuatro paredes de un baño y esta especie de libro se vende en librerías, en tiendas departamentales y también en el área de artículos para el baño...

Y esto que tú has hecho de momento me lo recordó, pero también el final de tu escrito me deja pensando en otras cosas, más profundas...

y tmb en que ya no nos vimos.

un saludo.