sábado, 30 de mayo de 2009

Remedio contra la calvicie es la poesía


Hallé en mi almohada memorias
torcidas como un cabello desprendido
Cada día encuentro más
Sé que pronto quedará calvo tu recuerdo
Y preferiré tatuarme otros nombres
Tal vez cubra mi desnudez sólo con sombrero
Llenaré mi cabeza de fluidos colores
Podré plantar ahuehuetes de un ojo
o hacer un nido de ebrios ruiseñores
Una matita que fumar o sembrar oscuras flores
No habrá lugar para un injerto
Ni para tercos peluquines
No habrá tiempo para torpes imitaciones de ti

martes, 19 de mayo de 2009

El estratega


Un viejo trabajaba muy en silencio, obstinado con una pluma y papel en manos escribía sin parar. De pronto fue irrumpido en su trance por una voz gruesa pero fraternal.
-¿Qué haces Mario?

-Estoy corrigiendo un poema que escribí hace años -contestó con cierto tono familiar.
-Déjalo, no tiene caso, por más que quieras corregirlo no tiene mucho sentido -replicó la voz amigable.
-¿Tú quién eres para decirme eso? –contestó Mario, aspero, con la mirada aún clavada en los garabatos.
-Soy Dios...¿gustas un cigarro?

Mario interrumpió su escritura. Soltó la pluma al lado del cuadernillo y contestó con tranquilidad:

-Sí, gracias -dijo resignado- a mí también me gustan sin filtro. Pero dime -exclamó con sorpresa- ¿qué haces tú aquí? ¿No deberías estar corrigiendo tus propias creaciones?

-Sí, eso intento, pero por más que lo hago nunca estoy satisfecho. Por eso te digo que ya no trates de corregir las tuyas. Quedarán publicadas así como las dejaste. Un día no lejano un vivo no tardará en encontrarlas en ese cuadernillo azul que usabas cuando joven y los publicará para ganarse alguna plata.
El viejo Mario se levantó, prendió el cigarro con cierta parsimonia y comenzó a dar de vueltas lentamente alrededor del escritorio que despedía un fresco olor a cedro. Con las manos atrás se detuvo y se quedó con la mirada perdida pensando casi un minuto. Luego prosiguió con voz calmada:
-¿Pero tú por qué me dices que pare de corregir lo mío? Tu sigues intentando corregirme ¿no es así? ¿Acaso los 2 hemos dejado de existir y permanecemos sólo en nuestras obras? ¿no es esto lo que esperamos siempre?
Dios, pasmado, prendió también su cigarro y le dio una fumada tan fuerte que terminó sacando una gran bocanada de humo. Y tosio mucho con esa resonancia reseca de unos pulmones ya muy usados.
-No lo sé. Yo he tratado de hacer entender a la humanidad pero no me han dejado descansar en paz. Además las religiones no ayudan en nada, sólo a los que se pudren en la fé, manejándolas. Además siempre he sido muy necio. Pero entiéndeme ¡yo también me canso Mario! –dijo con cierto aire de desesperación y la voz intranquila-

El viejo Mario, conmovido, le puso una mano en el hombro y contestó:
Yo te comprendo. Vivir en Uruguay, en Lationamerica, en varios países del mundo, tampoco ha sido fácil. Pero Dios ¿no leíste mi novela Gracias por el Fuego? -preguntó Mario intrigado-
Dios un poco apenado y con una sonrisilla burlona contestó:
-No. Rimbaud y Baudelaire me siguen robando el sueño.

- No te preocupes, suelo traer un par de ejemplares en mi equipaje. Sabes, tengo la sospecha de que vamos a convivir por largo tiempo ¿Tienes ajedrez?
Sí tengo -contestó Dios con cierto alivio luego de un gran suspiro-
- El viejo Mario, contento, contestó. Verás, un día dije a una mina, mi táctica es…

viernes, 1 de mayo de 2009

El factor humano


Sí, sabemos que los verdaderos puercos usan mimbre para urdir nuestros ojos y dejarlos inmóviles, como zombis. A veces los extraen con alfileres para fijarlos en insectarios, usan las cavidades como probetas y nos miden, sembrándonos el miedo hasta las entrañas, ese miedo pálido que se prolonga como una enfermedad venérea o como la lepra. El miedo que pudre la sangre y que sin embargo tantas veces sedientos nos bebemos en los vinagres de la vida ¿cuántas veces como frutos caemos convertidos en cerdos virulentos? ¿De cuántas copas rotas hemos tomado sin partirnos los labios? ¿Cuándo el miedo se enciende adentro y detona todas sus raíces enredadas en nuestros tobillos como serpientes silenciosas que nunca presentimos? Y no es el miedo del guerrero que es el más estético, pues en las cicatrices hondas de lo incansable del corazón encuentro la más efectiva de las armas. Tampoco es ese miedo sobresaliente y arrojado de una bella madre. Es la puerilidad la verdadera peste. Es la ignorancia y la insensibilidad los maricas que sólo pueden hacer de un fango ennegrecido el alma. Yo canto y echo humo para ahuyentar a los mosquitos, esos que siempre rodean la muerte, que fastidian con roces de oído en la humedad caliente de mis noches más ruinosas. Le canto al miedo de dejar de ser ese que camina con mis únicos zapatos. Grito MIEDO DE NO SER Y DE LA MUERTE. ¡Ay la muerte ya tendrás tiempo para contestar si quieres ser mi novia y que los reclamos vengan luego! Pero yo soy el miedo de estas líneas que se impregnan en mi mente como un gigante que puedo derribar pero que puede aplastarme, como una torre de libros, soy el miedo de que el sol un día no asome sus ojos rojos, que dejen de sonar los antiguos tambores, soy el miedo de mí a mí por mí, el miedo pesadilla tan profundo y frío, la mula alada que desciende en las tinieblas, que se atrapa en nosotros como un hipnotista sentado en el televisor. Cada uno tiene que ser dueño de sus propios perros y romper los hilos de sus peores marionetas. Recomiendo elegir ser el miedo como instinto de vencer una batalla en el laberinto, de no rendirse en el tedio ¡Oh! he hallado navajas de afeitar que no dicen mi nombre. Tengo palabras para hacer la guerra al mundo pero mejor me seco con bragas el peor de mis llantos y canto estas líneas llenas de miedo. Miedo de no tocar tus senos nunca, de no calmar contigo mis dolores. He roto múltiples espejos que suponían mi rostro. He visto crecer los ecos que frecuentan mis abismos ¡qué maravilla, cuánta hondura hay en la textura de un cubrebocas! ¿cuál es el miedo del cosmos, el miedo de los átomos, el miedo de Dios? Cada uno sus propios usos y costumbres. Sinfonía de los astros toca el miedo, brilla como los ojos de los que miraron hacia arriba desde el oscuro lodo y optaron por seguir en movimiento siempre, en un tracto sucesivo hacia el sur.